A 5 el plano
Durante la carrera de arquitectura, hubo muchas cosas que no me gustaba hacer, tareas o procesos que prefería evitar a como diera lugar. Confieso que hice tratos para no tener que hacerlas, intercambiaba trabajos, o cobraba favores. Muchos lo hacían y se convirtió en una especie de mini especialización dentro de la misma carrera. Había los que nacieron con un lápiz para dibujar y hacían (aún lo hacen) tareas que eran obras de arte; otros, hacían maquetas, ensayos, planos a mano, planos en computadora, renders, etc. Yo no solo era malo para hacer maquetas, sino que no soportaba hacerlo, creo que durante toda la carrera no hice ninguna. Lo intenté, alguna vez, pero mi paciencia se agotó al tercer corte del papel batería (no recordaba el nombre). Así que mejor llamé a alguien e intercambié trabajos. Intercambio tras intercambio saqué adelante cada materia. Cómo paréntesis, un amigo (igual de enemigo de las maquetas que yo) entregó una de papel de baño mojado y modelado. La idea fue desagradable, obviamente no había hecho la tarea y en 3 minutos regresó con una masa blanca torcida y exprimida que intentaba ser una casa. El resultado no fue tan desastroso según el maestro que lo calificó de ser creativo. Es uno de mis mejores amigos hasta la fecha y, sigue siendo una mente incomprendida. En fin, pensaba que había superado lo peor. Luego de salir de la carrera, ya todo un arquitecto falsamente empoderado y, feliz porque nadie me volvería a pedir una maqueta (extrañamente más de un cliente me ha pedido), descubrí otro de mis Némesis en la arquitectura: DOBLAR PLANOS . Que castigo tan ruin. Cada proyecto son 60 planos o algo así, y hay que doblarlos todos, para que queden tamaño carta. He fracasado en mis intentos de librarme de esa horrible tarea, algunas veces he logrado pagar por ello, pero no en cualquier lugar de impresión tienen ese servicio. Por solo 5 pesos extras por plano, había un lugar donde se encargaban de todo. He intentado librarme con trucos, y al principio doblaba las láminas en 5 (quedaban un poco más grandes que oficio) pero en cada lugar, quien los recibía, preguntaba en forma despectiva: ¡¿Quién dobló estos planos?! No sé, decía yo. Lo bueno es que, por alguna razón, nunca nadie piensa que he sido yo el malhechor que no dobla los planos como arquitecto. Ni modo, quizás algún día llegue el día en que vivamos en un mundo en el que no se tenga que imprimir y doblar planos. Tan bonitos que se ven hechos rollito.